LA NUEVA CONCIENCIA

EDUCAR ES TRANSFORMAR

Por: Laura Samira Beltrán Gaitán *

*Samira Beltrán, estudiante de derecho, Consejera de Juventud y líder juvenil

Desde la distancia enaltezco la labor docente. Es una de esas profesiones que pocas veces recibe el reconocimiento que merece, pero que, sin duda, es esencial para el tejido social. Cada «profe» que me acompañó a lo largo de mi vida académica en el municipio dejó una huella profunda, como quien siembra una semilla con paciencia y esperanza. Hoy, ya en la universidad, sigo viendo brotar esos aprendizajes en forma de valores, preguntas, inquietudes y sueños.

Docentes que no solo enseñan contenidos, sino que acompañan procesos de vida. Que inspiran con el ejemplo, que abren caminos y creen en las posibilidades de cada estudiante, incluso cuando ese estudiante aún no cree en sí mismo. Son «profes» que se convierten en referentes silenciosos, que siembran sin esperar aplausos, pero cuya cosecha florece en cada logro de sus alumnos.

Ahora bien, tengo el mejor ejemplo en casa. Mi mamá, maestra de alma y corazón, ha enseñado en los rincones más olvidados del territorio, veredas donde la escuela es una construcción improvisada, en caminos que no aparecen en los mapas, en comunidades atravesadas por carencias y desigualdades. Y es que, la he visto cruzar serranías, desafiar la lluvia, adaptarse a la escasez con creatividad, y ejercer su labor con una convicción que no cabe en palabras. Con ella aprendí que ser docente es una forma de resistencia: que educar, incluso en condiciones precarias, es un acto de amor y servicio.

La resiliencia de quienes enseñan en Colombia, especialmente en zonas rurales y periféricas, es una lección diaria, son mujeres y hombres que recorren kilómetros, cargan libros y esperanzas, y dan clase con lo que hay. Una labor que implica muchas veces suplir diferentes roles: ser guía, mediador, psicólogo, cuidador y hasta protector frente a un mundo hostil, a menudo, el único adulto que cree en ese niño o niña que llega con hambre, con miedo o con sueños rotos.

Por eso, esta columna no es solo una carta de gratitud. Es también un llamado a reconocer, proteger y dignificar el trabajo docente. Educar no debería ser un acto heroico, pero en nuestro país muchas veces lo es: a cada profe que ha elegido esta vocación con entrega y amor, gracias. Gracias por sembrar presente con la paciencia de quien cultiva futuro. Gracias por enseñar desde el amor, incluso cuando el entorno no acompaña.

Ojalá algún día enseñar no signifique resistir, sino florecer. Que la educación deje de ser el último renglón en las prioridades del Estado y se convierta en el principio de todo, y que nunca falten las palabras de gratitud para quienes, con tiza, libros y afecto, hacen posible lo imposible.

Educar es más que enseñar. Es transformar. Y ustedes, “profes”, lo hacen cada día, incluso sin saber cuánto están marcando la vida de quienes los escuchan…

Feliz día del maestro.

Posdata: para todos los maestros, docentes y profesores.