LA LEY DEL GARROTE
Por: Apolinar Beltrán Villazón

Gestor cultural, escritor y periodista
De nuevo la gente del pueblo se queja. Se quejan del servicio de salud, los altos impuestos, los costosos servicios públicos, falta de trabajo, corrupción, que la plata no alcanza, de la violencia, lo mal que se encuentran las vías, de la educación tan mediocre que reciben sus hijos, se arrepienten de haber votado por su amigo, vecino o familiar, paisano, “falso profeta”, por el doctor(a) o el abogado, copartidario de color político, por el profesional llegado de la capital o por un aparecido. La mayoría de la gente olvidó los tiempos de campañas politiqueras o la elección –la transacción comercial- con sus candidatos, alcaldes y concejales, hasta de las repetidas promesas politiqueras desde el presidente, gobernador, senador, alcalde o concejales de turno.
Olvidaron los votantes que en campaña la mayoría se convirtieron en negociantes de primera y de segunda intermediación: negociaron su voto por: un pedazo de carne, un mercado, un viaje de balastro, relleno o arena, un favor, una panela, una camiseta, camiseta, unos puestos, $20.000 pesos, un purgante o unas gafas para el abuelo; por miedo a ser sacados de las moronas de «planes subsidiados» o el almuerzo del programa del momento, la mayoría de sufragantes no aceptaron explicaciones de quienes hacen política con argumentos o razones, los votantes se volvieron egoístas y empresas particulares, guiados por los canales de televisión, medios digitales y escritos nacionales; medios en su mayoría pagados por el régimen y con sus intereses propios; y ni que decir de algunos emisoras radiales regionales donde los locutores y lectores de noticia se desgargantan por el politiquero que más aporte a su programa radial o escrito, el que más vistas tenga en sus redes sociales, mientras que el pueblo o el ciudadano del común cree en los medios, contrasta la pobreza que crece en todos los rincones del país con las arcas de dinero de los monopolios y multinacionales.
Todo a costa del voto en tiempo de campaña en donde el ciudadano del común no comprende que el desarrollo debe ser colectivo y no particular, debe existir salud para todos, servicios baratos para todos, universidad y educación verdadera para todos; no para una clase privilegiada, como ha venido sucediendo en doscientos años de vida republicana y el pueblo todavía no percibe lo mal negociante que es: un voto por toda una vida de garrote generación tras generación.
Colombia un país entre lo absurdo y la estupidez: la gente elige sus mandatarios a sabiendas que siempre harán lo mismo: ¡robar para ellos y sus socios!.
